Derribo clásico o voladura controlada ¿Cómo se decide cual tipo de demolición se usa?

Demoler un edificio no es una tarea improvisada. Cada derribo implica una serie de decisiones técnicas, económicas y legales que determinan cómo se llevará a cabo la operación. Una de las primeras cuestiones que se plantea cualquier empresa especializada es si el edificio se puede demoler con maquinaria convencional o si conviene recurrir a una voladura controlada. Ambas técnicas persiguen el mismo objetivo —hacer desaparecer una estructura— pero el camino para lograrlo es muy distinto.

 

Tipos de demolición más comunes para grandes edificaciones

El método más habitual en la actualidad es el derribo mecánico. Con el avance de la maquinaria, este sistema se ha consolidado como el más versátil y seguro para actuar en entornos urbanos. Gracias a equipos cada vez más sofisticados —como las excavadoras de gran tonelaje y los brazos de demolición de largo alcance—, hoy se pueden desmontar edificios altos de forma controlada, planta por planta, sin recurrir a explosivos ni generar grandes molestias en el entorno. Este método permite además separar y reciclar los materiales a medida que avanza el derribo, lo que lo convierte en una opción eficiente desde el punto de vista medioambiental.

La voladura controlada, en cambio, consiste en colocar cargas explosivas en puntos clave del edificio para provocar su colapso interno. La imagen es conocida: en apenas unos segundos, una estructura entera se desploma sobre sí misma, generando una nube de polvo y dejando a la vista un solar vacío. Aunque espectacular, este método no es el más frecuente, y para poder aplicarlo deben cumplirse una serie de condiciones muy concretas.

 

¿Cuándo se puede usar una voladura controlada?

Por ejemplo, para dMol, única empresa de voldauras de edificaciones en España, una de las condiciones más importantes es el espacio disponible. No todos los edificios pueden caer libremente sin afectar a su entorno. En zonas densamente construidas, donde los inmuebles colindan entre sí o hay infraestructuras sensibles alrededor, la voladura resulta inviable. También influye el tipo de construcción. Las voladuras son especialmente eficaces en estructuras de geometría regular, bien conservadas y de cierta altura, donde el cálculo del colapso puede realizarse con mayor precisión. El entorno urbano también tiene mucho que decir: si se trata de una zona con tráfico intenso, servicios esenciales o viviendas cercanas, la voladura puede suponer un riesgo inasumible.

 

¿Qué se necesita para hacer una voladura y sus ventajas?

Una operación de este tipo requiere una preparación técnica compleja. Para llevarla a cabo se necesita un equipo especializado, encabezado por técnicos con licencia de artillero, que son los únicos autorizados para manipular explosivos. Antes de la intervención, se realizan simulaciones para prever cómo va a colapsar la estructura y se planifica al detalle cada fase del proceso. En muchos casos, es necesario realizar cortes en los elementos de hormigón, utilizando herramientas como el hilo de diamante, para facilitar la colocación de las cargas. Todo esto debe coordinarse con los cuerpos de seguridad y las autoridades locales, que se encargan de acordonar la zona y garantizar la seguridad del entorno.

Cuando es posible realizarla, la voladura presenta varias ventajas. La principal es la rapidez: en cuestión de segundos, un edificio desaparece por completo. También puede suponer un ahorro económico en determinados contextos, ya que se reduce el tiempo de ocupación de maquinaria y personal. Además, en estructuras especialmente inestables o deterioradas, minimizar la intervención manual puede aumentar la seguridad para los operarios. Aunque menos tangible, el impacto visual de una voladura también puede tener un valor simbólico o comunicativo importante, sobre todo en demoliciones de grandes infraestructuras.

 

¿Por qué se hacen menos voladuras hoy en día?

Pese a todas estas ventajas, las voladuras son cada vez menos frecuentes. Hace algunas décadas eran habituales en la demolición de grandes bloques de viviendas o instalaciones públicas, pero hoy su uso se ha reducido notablemente. Según lo que dice dMol, el motivo principal es la evolución de la maquinaria, que ha permitido abordar con seguridad edificios cada vez más altos sin necesidad de recurrir a explosivos. A esto se suma la mayor complejidad administrativa: las normativas urbanas actuales son más estrictas, y los permisos para una voladura pueden tardar meses o incluso no llegar a concederse.

Aunque en zonas urbanas es menos habitual, la voladura se sigue usando en instalaciones industriales, como plantas térmicas, chimeneas, silos o torres de refrigeración. En estos casos, la localización aislada y la propia naturaleza de las estructuras hacen que esta técnica siga siendo una de las soluciones más eficaces.

Elegir entre un derribo clásico o una voladura controlada no es solo una cuestión de preferencias. Es una decisión técnica que depende de muchos factores: el tipo de edificio, su entorno, los plazos, los costes y, por supuesto, la seguridad. Aunque las voladuras ya no son tan comunes como antes, cuando se dan las condiciones adecuadas, siguen siendo una herramienta potente, rápida y precisa para borrar una estructura del mapa.

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